El Deber / Santa Cruz / Domingo / 8 de Agosto de 2004 / Panorama
VESTIGIOS. EL EX PRESIDENTE DE BOLIVIA CONSTRUYÓ UNA CÁRCEL DE PIEDRA EN LAGUNILLAS.
—Roberto Navia Gabriel
Cuando Mariano Melgarejo descubrió Lagunillas fijó su mirada oscura en un cerro parapetado en las puertas del pueblo. Sintió que desde ese paraje abrazado por colinas que en las mañanas rascan las nubes, podía divisar a sus enemigos. Ordenó a su séquito construir en ese lugar un reducto para descansar sin miedo al ataque de sus adversarios que pretendían arrebatarle la silla presidencial.
Esta historia sale de la boca de Georgina Zapata (25) oriunda del pueblo que fue fundado en 1855, en el último rincón de la provincia Cordillera. "Quien se atreva a traspasar las serranías se topará con Chuquisaca", asegura la chica morena, que con una voz agitada por el esfuerzo que hizo al subir hasta el reducto, agrega: "Desde aquí el señor Melgarejo controlaba como un águila el horizonte".
Del reducto queda un techo de teja que forma un exágono con partes desiguales. Seis palos gastados lo sostienen y el piso de ladrillo está lleno de colillas de cigarrillos y de coca mascada. "Los jóvenes son los que más aprovechan este lugar. Aquí vienen a escuchar música y a pasarla bien", narra.
Pero la historia era diferente entre 1865 y 1870, cuando se estima que el cuestionado presidente visitó Lagunillas. Zapata cuenta que en esa época el reducto era un lugar estratégico, a tal punto que en las faldas del cerro, Melgarejo mandó a construir una cárcel de piedra para encerrar a todos los que intentaran derrocarlo.
La cárcel de piedra está intacta. Mide cera de 30 metros de largo por 15 de ancho y tiene una altura superior a los 12 metros. Sólo en la parte frontal hay cuatro ventanas pequeñas, las que ayudaban a los presos a darse cuenta de cuándo caía la noche. Cada bloque de piedra ayuda a formar una pared de un metro de ancho.
Para impedir cualquier posibilidad de fuga, Melgarejo hizo trabajar las paredes internas con albañilería fina para que cuando los encarcelados intenten treparla, sus uñas resbalen.
Irónicamente, en el interior de la cárcel de piedra no hay ninguna imagen de Mariano Melgarejo, el lugar es ocupado por los fantasmas de la guerrilla. En las paredes cuelgan fotografías del Che Guevara y de sus amigos, que intentaron en 1967 reproducir en Bolivia la revolución cubana. En una foto también se observa a siete soldaditos que posan de espaldas a la posta, un cuartito que servía de sanatorio en La Higuera, y donde colocaron el cadáver del Che. Los soldaditos tienen la cara seria y cargan fusiles largos. Sus pantalones anchos les cuelgan y da la impresión de que estaban mal alimentados.
Georgina Zapata administra la ex cárcel ahora convertida en un museo. "Por Laguinillas pasó el Che, muchos lo vieron", cuenta.
De Melgarejo, los pobladores repiten lo que en la escuela enseñan: que nació en Tarata el 13 de abril de 1820 y que el 28 de diciembre de 1864 se proclamó mandatario después de rebelarse contra el presidente Achá.
Los más letrados, como es el caso de don Eustaquio Lara, que se considera uno de los amantes de los libros de historia del presidente Carlos Mesa, agrega que Melgarejo impuso el nefasto despojo de tierras de comunidades a los indígenas, firmó dos tratados muy negativos con Chile y Brasil que dieron pie a pérdidas territoriales e hizo concesiones liberales a empresarios extranjeros en el Litoral.
Pero estas afirmaciones que están escritas en el libro Presidentes de Bolivia, entre urnas y fusiles, de Carlos Mesa, contrastan al discurso que fue pronunciado el 20 de noviembre de 1992 por el Dr. Félix Alfonso del Granado en el Palacio Consistorial de la Ciudad Colonial de Tarata, con motivo de la presentación de su libro Las Memorias de Holofernes.
"Durante su vida diaria, era de carácter dulce, trato jovial, determinación afable, comportamiento amable y disposición risueña, encantador para todos, seductor para las damas, franco para sus camaradas, desconfiado y astuto para sus enemigos. De genio turbulento y espíritu alborotadamente revoltoso, amaba el peligro y se solazaba en el, era áspero con los incultos, feroz con los crueles, indómito con los ariscos, terco y rudo con los torpes, admiraba el valor y rendía culto a la inteligencia", según extractos del discurso de Del Granado.
[NOTA: Roberto Navia Gabriel es ganador del tercer premio "Lorenzo Natali" en la sección Latinoamérica, otorgada por la Comisión Europea el 17 de enero de 2005, por su reporte "Trabajar o morir," publicada en el periódico "El Deber."]